lunes, 19 de enero de 2009

Extranjeros: no me pregunten.

Extranjeros: no me pregunten.

A las diez de la mañana es la conferencia. Camino rápido. Camino rápido. «Ojalá no quede mal, no creo que mi hermano espera que llegue para que comience la conferencia». Camino rápido. Camino rápido, camino apresurada, camino sin pensar, camino sin sudar, camino…

«Disculpe señorita, ¿sabe dónde puedo llamar?, yo no soy de aquí». El señor narizón, de piel blanca, parecía que en vez de cabello, usara una peluca de pelos sintéticos y lisos, tenía puesto camisa blanca y pantalón oscuro. Se acercó de repente preguntando, un poco apurado, un poco confundido, un poco atemorizado. «Ah, mire, eso azul -señalo con el brazo un teléfono público de Telmex-, eso es para llamar», le dije entre ingenua y burlona.

«No, yo busco para llamar al extranjero, a Estados Unidos… ¡Locutorio! ¿Dónde hay un locutorio? », se acordó de la palabra clave: locutorio. «Uhm locutorio…», me quedé pensando.

Soy mala para las direcciones y soy pésima para acordarme de lugares específicos y simples. En ese instante se me vino la imagen de un locutorio de la avenida de Antúnez de Mayolo: letreros con colores fosforescentes, paredes y rejas blancas y una señorita apoyada en el mostrador esperando a los clientes. No me di cuenta de lo mucho que alucino construyendo ciudades en mi mente hasta la noche de ese mismo día.

«Ah, mire, va por Metro –para los argentinos, “Metro” supongo que sería ese medio de transporte rápido, un bus que se cree tren pero más veloz, y no un supermercado– Metro (señalo de nuevo con mi brazo), allí dice… bueno, sigue Metro, y va a ver más edificios – las Torres de Limatambo está lleno de edificios idénticos - entre esos edificios hay varias tiendas, allí hay un locutorio…», mi gran esfuerzo valió la pena: «Ok, ¿y estará abierto a esta hora? », preguntó el señor. «Sí, ya están abiertos», contesté segura. De lo único que estaba segura.

Espero haber sido de “ayuda”.

+++

Y terminada la conferencia, de regreso en bus de la línea 35 hacia mi casa, me siento al lado de una chica pensativa. Era una chica “regia”, “fresh”, “cute”, en fin.

«Eh, ¿todavía falta para Barrancooo? –dejo argentino– ¿todavía falta? », pregunta la joven al cobrador. «Sí, bastante…», la desanima el hombre.

El carro avanzaba como niño que sus padres lo dejan salir a la calle sin ningún cuidado. Corre libre porque es sábado y es poco el tráfico por la avenida Javier Prado.

«Disculpa, ¿sabes si falta mucho para esta dirección? », la joven me muestra el papelito arrugado donde apuntó la dirección: “Plaza los pavos”, y el número de teléfono. «Uhm –me quedé pensando otra vez– con el tráfico… será unos 45 minutos…». La cara de la chica hizo una mueca de desesperanza y sorpresa: «Wow», respondió.

«¿Pero qué parte es…?», en verdad quería ayudarla. «Se llama Plaza los pavos», «¿Plaza los pavos?, uhm… le preguntaré al cobrador…», «No, mejor cuando llegue llamo, el cobrador ni vuelta (hacer caso, dar bola) me ha hecho».

En verdad, no había tráfico, y la línea 35 comenzó hacer “carrera” con otro autobús de la misma empresa. Entonces, concluí, no se iba a demorar 45 largos y calurosos minutos hasta Barranco. Tenía ganas de decirle a la chica que seguro dentro de media hora estaría en su destino, pero mi boca “estaba floja”, y además, debía explicarle qué significa “carrera”: cuando los carros van a velocidad, en ciertas ocasiones se pasan las luces rojas y hay la probabilidad que provoquen un accidente: «Vas a llegar dentro de media hora porque las 35 están en carrera y no hay mucho tráfico, pero sujétate bien para que no te golpees…», ni de vainas.

Espero que la joven haya llegado a tiempo a la “Plaza los pavos” en Barranco. Yo no recuerdo ninguna “Plaza los pavos”.










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