jueves, 29 de octubre de 2009

Fíjense bien.

No es novedad que un número desconocido en tu celular llame y no recibas respuesta alguna luego de un inocente “alo”

Tampoco es raro que te llamen de un número privado para fastidiar. Fácil se confunden de un insignificante dígito como a mí me pasaba cuando llamaba a mis amigas y me contestaba la voz de un hombre cincuentón.

Seguro les ha pasado que durante todo un día recibían mensajes como: “Entra al internet urgente, necesitamos hablar”. “Por qué no entras al internet!!”, “Qué pasa contigo, entra al Internet!!” y luego te llaman y dicen: «Ana… Ana, ¿por qué no entras al Internet? ». Y tú contestas: «Yo no soy Ana ».

Tal vez se sintieron comprometidos cuando recibieron, por equivocación, una llamada de provincia avisando que el Tío Juan está enfermo y necesita de su ayuda, pero tú no eres de la familia, tú no eres el primo Roberto.

Y en un día soleado, tranquilo sin ningún problema que enfrentar, llega un mensaje con una voz misteriosa: «Ya pues, te acobardas, ¿no?, ya ven nomás, no te tengo miedo…». Y tú, tratando de recordar el último pecado cometido, tienes miedo de salir a la calle y que alguien quiera hacerte pagar por tu error, que aún no sabes cuál es, pero ese mensaje te puso los pelos de punta.

Para la próxima, fíjense bien qué número marcan en su celular.




viernes, 2 de octubre de 2009

Uy, me pasé

«Nueve soles», sugirió el taxista. «Está bien», me pareció buen precio hasta mi casa.

Subí y me abroché el cinturón de seguridad. Me encantaba el ambiente del carro porque el taxista solo manejaba y se escuchaba buena música; hasta que el individuo rompió la armonía: « ¿Y sales de trabajar, de tu casa, cómo es? », «Che… - pensé - , le chotearé la conversación de una. Quiero paz».

Se hacía el tonto: me hablaba, me preguntaba y me felicitaba, mientras que yo miraba como se pasaba las avenidas principales y atajos… « ¿Por dónde va a salir? », le corté con mi hacha, «Uhm, por acá, creo que ya me pasé, je», respuesta idiota. Se notaba sus ansias por hacer durar el viaje una eternidad y así, yo cayera en sus manos: « ¿Y cómo es tu día? », «A ti qué te importa», pensaba.

«Tal vez si vamos por acá, ¿te parece?, je», «Donde se salga más rápido a la avenida», reclamaba delicadamente.

Como el tipo me pareció pesado y no soporté su estúpida e ingenua conversación (en verdad me molestó), le dije que me dejara en la misma avenida cerca a mi casa. «Bueno, espera que te dé tu vuelto», buscaba en su bolsillo la moneda que terminaría con su ilusoria y corta relación entre él y yo. «Gracias», me fui con la imagen de una mujer civilizada, «Chau, maldito mañoso, sigue trabajando para tus hijos, desgraciado», estallaba por dentro.

Pero, ahora que estoy un poco calmada, recuerdo al hombre ése y me da penita.