jueves, 30 de octubre de 2008

Teléfono malogrado III: esto no se queda así.

Día 2

Día 2.1
«Mandaremos al técnico de inmediato». Y el resto de la tarde del día anterior nunca se apareció algún técnico. Al día siguiente siguieron normal las actividades en la casa. Mas la mamá de la familia, fue a Telefónica a pagar las cuentas porsiacaso y hacer la queja correspondiente sin que le reclamen que debe algo a la empresa. El asistente mandó a la esposa de Pedro a otra oficina pero ella tenía que trabajar, así que no fue a dicha oficina: «tendrán que llamar de nuevo si no viene», indicaba la mamá por celular a su hija.
Pedro miraba varias veces por la ventana si es que llegaba alguien de cobra a reparar el servicio. «Anda a llamar dentro de un rato», mandó a su hija. De nuevo la misma rutina: «Su queja ya está registrada», decía la operadora. Alexandra se encontraba en el mismo teléfono público de la misma tienda que repara televisores y radios.
Volvió al departamento, después de pasar por una caja de desagüe sin tapa y las bolsas de basura rebuscadas sin ser recogidas por el carro de la municipalidad hasta las siete de la noche. «Dice que ya está registrado. Habrá que esperar nomás». «Se pasan», Pedro se sentaba en su cama a ver televisión.

Día 2.2
En medio del silencio de una tarde de invierno, Pedro lavaba los platos y Alexandra leía un libro en su cuarto. Suena el timbre. « ¿Aló? », atiende la hija. « ¿Buenas, con el señor Pedro Schmitt? », una voz joven pregunta. «Sí, acá es». «Buenas, somos de Telefónica». «Ya. Ahora les abro». Emocionados el padre y la hija, y a la vez con ganas de golpear a alguien por la “santa” paciencia con que esperaron, abrieron la puerta al técnico: un hombre robusto que sudaba.
La ropa del técnico mostraba que trabajó todo el día y aún no terminaba. Sacó unas herramientas y desconectó el teléfono. Luego de verificar que la línea estaba muerta: «Un momento, voy a ver abajo», bajó donde su compañero quien revisaba la caja general. Regresaron a la camioneta y sacaron unos cables gruesos y negros.
«Uhmm ya ves, están cambiando el cable», decía orgulloso y satisfecho Pedro vigilando a los técnicos desde la ventana. Entre risas y bromas los dos trabajadores cambiaban el cable y ajustaba otros en la caja. En el teléfono se conectó un aparato para medir la línea. El dicho aparato prendió la luz. «Eso indica que sí hay línea», Pedro le enseñaba a su hija algo de algo.
Regresó el joven y esta vez con su compañero de trabajo. «Tenía razón maestro, habían cortado los cables». « ¡Ya ven! », sonreía Pedro. «No habrá sido otra compañía», trataba de bromear el técnico. «¡No! Fueron los de Cobra. Hasta tengo apuntado su número de placa”. «Mira: dicen que fueron los de Cobra», el técnico le comentaba a su compañero quien se quedó callado.
El hombre robusto guardaba sus herramientas mientras que el otro, le entregaba a Pedro un documento para que firmara. «Su nombre y firma aquí». Firmó. Los dos trabajadores se despidieron y bajaron del edificio. Rápidamente Alexandra fue a conectarse con el mundo. Ya había Internet. Pedro leía de nuevo el número de la placa que apuntó en un papelito. «Esto no se queda así. Yo me quejo igual», decía mientras marcaba un número para comunicarse con su esposa. «Fueron ellos, ellos cortaron los cables ayer, desgraciados… pero esto no se queda así», le comentaba a su esposa. «Esto no se queda así».

sábado, 11 de octubre de 2008

Amores prohibidos (¡Qué roche!)

La falda a cuadros se levantaba tímidamente, mostrando las resecas y oscuras rodillas de la adolescente. El uniforme rojo llamaba la atención en la plomiza alameda Chabuca Granda.

Amores prohibidos

De la mano ingresó con un chico que sólo le llevaba dos o tres dedos de altura, quien actuaba orgulloso de la ropa que usaba: un jean holgado y una casaca verde.

Ambos caminaban lentamente, dirigiéndose a los asientos cerca al muro, donde se contempla un río sucio y callado. Se detuvieron y descansaron allí.

Antes de las once de la mañana, despierta la invasión del romanticismo indiferente a los tres abuelos conversando, al joven limpiando el suelo con lejía, los carros al otro lado escupiendo smog al cielo, a los ambulantes escapando de las autoridades, las autoridades acercándose a la pareja cariñosa.

El muchacho la mira y le habla bajito. A la muchacha no le importa las preguntas que nacerían de la cabeza de cada uno de los señores que los vieran: ¿Qué hace una escolar paseando en la mañana? ¿Será del turno de la tarde? ¿Sus clases terminaron temprano?

Los vigilantes no se preguntaban nada. Sus botines pisaban fuerte, salpicando el agua de la lluvia de anoche. Rompieron el vidrio amoroso que encerraba a los dos jóvenes en su mundo, fuera de la realidad.

Uno de los vigilantes comenzó a conversar con la colegiala. Un padre castigando a su hija. El otro vigilante amablemente acompañaba al muchacho a salir del parque. La chica se fue sola, con su maletín a un lado y la vista hacia abajo. Los dos vigilantes se quedaron parados al principio del puente Trujillo, asegurándose que el joven no regrese.

Bajo una lluvia nueva, otras parejas llegan a la alameda y los vigilantes voltean para seguir a los ambulantes.

sábado, 4 de octubre de 2008

Teléfono malogrado II *

Día 1.2

Luego del almuerzo, Pedro fue a consultar a la vecina si su línea telefónica estaba bien. «Todo correcto», respondió la señora de rulos negros. Pedro, por vergüenza, no quería molestarla más a la señora y fue a un teléfono público a comunicarse al 104. Regresó después de quince minutos y muy amargo: «Todo es un enredo, anda tú si puedes dar la queja…», mandó a su hija a llamar.
Alexandra no tuvo opción y salió del edificio con dirección a una tienda. En ninguno de los teléfonos públicos tradicionales se podía llamar gratis al 104, hasta que encontró un modelo diferente en una tienda que repara televisores y radios. Marcó el 104: «Sí, lo que pasa es que en la mañana vinieron técnicos de Cobra y cortaron el teléfono y el Internet en mi departamento, estoy llamando de teléfono público…». La operadora interrumpió a la muchacha: «Para eso debes llamar al 102 que son quejas al servicio». «Ahh… ok, gracias».
Marcó 102: «Marque el código de la ciudad y luego el teléfono que presenta avería». Si necesita ayuda presione 4... Presionó 4: « Para Lima el código es 1, para provincias…». Volvió a marcar 102: « Marque el código de la ciudad y luego el teléfono que presenta avería. Si necesita ayuda…». Presionó 1; luego el teléfono fijo malogrado: «Si su línea presenta sonidos... marque 1, si suena... marque 2. Para otras averías o daños marque 3». Marcó 3.
Después de quince minutos, una operadora atendió el reclamo: «Muy bien señorita Schmitt, su reclamo ya está registrado. Mandaremos al técnico de inmediato». «Gracias», parecía que agradecía más a Dios que a Telefónica.

Continuará...

* En el capítulo anterior, la familia de Pedro fue víctima de una tragedia: le cortaron la línea telefónica y el Internet. Sospechosamante, ese día fueron técnicos de Cobra a instalar Internet un local cerca del edificio donde viven. Segunda parte de la crónica sobre una historia de la vida real.





viernes, 3 de octubre de 2008

¡Bum!

Es setiembre, mes de la primavera, el sol ya no se oculta, viene a visitarnos poco a poco, invadiendo el cielo con su luz amarillenta y somnífera.

Las personas no pueden evitarlo, tienen que levantarse temprano, vestirse para empezar a realizar sus labores: universidad, trabajo, cita con el médico, un trámite documental.

La mañana agitada murió hace más de media hora, los carros no llevan a tanta gente, sobran asientos y faltan pasajeros.

“Pasaje, pasaje”, el cobrador ya no reniega ni trata mal y con desganado a las personas, “Pasaje, pasaje por favor… gracias pasaje, pasaje…”. Unas diez personas viajan en la línea 92. Aprovechan el tiempo en dormir, leer una tarea pendiente, escuchar música, etc. El chofer maneja sin problemas, sin frenar bruscamente, maneja pensando en que lleva personas en el microbús, dejó la idea de manejar como si llevara una carga de papas.

“Sí, ya estoy llegando no te preocupes”, contesta una señorita por su celular, no está apurada. X= y – 23… el grupo de los 16 se lee en un manual de matemáticas, química o seguro es física, lo sigue leyendo con detenimiento una joven. Y un hombre revisa las noticias del día de un periódico popular.

Luz roja: el carro se detiene como debe ser. El cobrador de nuevo pide pasaje a las personas que recién han subido al carro.

“¡¡Bummmrrrr!!”, un sonido hace temblar. Los pasajeros, el chofer y el cobrador saltan de sorpresa. Se despiertan los que madrugaron, el señor deja de leer el periódico, la joven se desconcentra. Luz verde: el carro avanza. El cobrador mira atrás y los pasajeros voltean a ver qué sucedió:

A lo lejos, un tráiler está detenido en una esquina, muchos camiones y carros protestan mediante cláxones por el caos. La carga de fierros que llevaba el tráiler está un poco inclinada.

“¿Qué pasó? ¿Qué pasó?”, se preguntan todos.

El cobrador ríe ante lo que ve: Ja, ese… y sigue pidiendo pasaje.