miércoles, 25 de febrero de 2009

Agua bendita

Por fin. Febrero está por terminar. Hasta el próximo año globos con agua, harina y témpera “Artesco” o “David”. Hasta luego a los chicos sin polo, que anda por la calle mostrando sus seudo - abdominales. Las piscinas en medio de la vereda. Hasta pronto. No soy una vieja cascarrabias que nunca vivió su infancia al máximo. No. Yo también jugaba a los carnavales, pero no me metía con la gente desconocida.

Amigo, es domingo de febrero.

Xiomarle es una de mis mejores amigas de colegio. Por ella, fui a visitarla un domingo de febrero.

Ese día, el sol estaba coqueto, estiraba sus rayos por todo el cielo para que los mortales habláramos de él. Yo llegué a la casa de mi amiga acompañada de mi madre, ya que temía que unos chibolitos rangers decidieran perseguirme con sus globos que compraron en el mercado San Antonio.

«Vamos a visitarlo», me suplicaba Xiomarle para ir donde un amigo también del colegio. Mala idea:

Nos dirigíamos a la casa del amigo, cuando el típico sonido de un globo lleno de agua cayó entre la espalda de Xiomarle y mi hombro. Mi amiga renegó porque recién se había bañado y yo suspiré aliviada que no me mojara. Hasta ese momento.

Corrimos rápido a la puerta de la casa del amigo. El que lanzó el globo era su hermanito gordito, feo y sudoroso quien con su primo, estaban mojando desde su techo.

« ¡Cuidado! », grité. Estaba riéndome y a la vez asustada por lograr quedar invicto en el juego. Desde el otro lado, un chiquito –que es primo de otra chica del colegio- nos avisó que iban a lanzarnos un balde con agua. ¡¿Dónde, dónde?! », se desesperaba Xiomarle, quien ya no tenía nada que perder porque ya estaba empapada.

Splash, misma caricatura, el agua cayó a nuestro costado. Nos movimos para el otro lado para esquivar los globos. Tocamos el timbre muchas veces hasta que el dichoso amigo salió riéndose. «Hola», le dije riéndome, «mira a Xiomarle», y ella también se reía de la situación. «Ya pues, Xiomarle, es domingo, tú también, pues», dijo en broma, pero muy cierto, nuestro amigo.

El demonio de su hermano y su primito sin gracia bajaron. Se quedaron en la puerta esperando que nos vayamos para que ellos no persiguieran como dos mostritos con sus globos.

«Ya nos vamos», fue lo último que dije. Xiomarle y yo no nos quedó otra que correr por la pista olvidándonos que los vecinos nos miren con vergüenza ajena y que los carros deban frenar ante nuestra huida.

¡Mójame, pues!

La 70: en febrero es una aventura.

Mi madre, mi prima y yo nos dirigíamos a la casa de la abuela. Era necesario tomar el carro de la línea 70, la cual cruza barrios y barrios y más barrios, donde el carnaval significa aprovechar en mojar a todos y divertirse un poco, o mucho.

Subimos al micro y buscamos asientos donde las ventanas se puedan cerrar. Que importa el calor, prefiero eso a que el agua cochina caiga sobre mí.

Todo iba bien hasta que por Gamarra subieron un grupo de jóvenes o chiquiviejos que se sentaron atrás de nosotras y abrieron la ventana totalmente. «Hace calor, pa que nos mojen, pues», decía seguro y decidido uno de ellos. « ¡Ja ja ja!, se reía la chica del grupo, la machito.

Lo normal de la 70 en un domingo de febrero, es que avance más lento. Tanto que es un blanco fácil para las “aguas frescas”.

« ¡Acá, acá! », el chico sacaba su cabeza por la ventana incitando a otro joven que moje con el agua de la piscina. «¡Acá, acá! ¡Ja ja! », alentaba la machito. Splash, « ¡Ja ja ja!», comenzó la fiesta. Splash, splash, como cuatro veces el joven llenaba su balde con agua de la piscina y la lanzaba al carro. Mi madre se llevó la peor parte: ya se había secado de los anteriores ataques acuáticos cuando fue bañaba con más agua.

El grupo de chicos, incluida la machito, llegó a su paradero y se fueron. « ¿Puede cerrar esa ventana? Por favor», le pidió al cobrador.

Apretaditas y mojaditas.

Tenía catorce años. Regresaba a mi casa luego de jugar con mi prima a los carnavales junto con otra amiga en el techo de su casa.

Tratábamos que los globos pasen el muro del colegio. Lo conseguimos pocas veces. Nos escondimos cuando le lanzamos globos a un taxi. Y finalmente nos mojamos entre nosotras.

Mis zapatillas se ganaron una buena lavada, al igual que mi ropa. Lo único que tenía era un polo, una pantaloneta y mis sandalias. Por mí normal.

Mi madre y yo subimos al carro. En los primeros asientos estaban unos señores que se quedaron mirándome. La pantaloneta resaltaba las piernas nerviosas y pequeñas. La incomodidad era enorme.

Antes de bajar, mi madre me dijo al oído: « tú baja primero, yo voy por detrás».

Las madres entienden del verano, la adolescencia y que los hombres puedan pensar en piernas ricas y apretaditas. También comprenden de carnavales.



jueves, 5 de febrero de 2009

El epicentro no soy yo

Escuché como si las cosas temblaran. No le presté atención porque en la casa de Juan Pablo, un piso arriba, viven sus vecinos y sí que hacen mucho ruido. También creí por un momento que era yo la quien inventaba sonidos y no la realidad lo que los producía.

Los dos seguimos conversando cuando entró su sobrina: « ¿Sintieron el temblor? », esa pregunta estuvo llena de emoción y un poco de nervios, tal vez más nervios desde que todos sentimos ese terremoto en el 2007.

«No, ¿que sí? », contesté desanimada. «¿No sintieron? Hace un rato nomás fue», afirmó la chica.

Durante el resto del día, con las personas que me cruzaba preguntaban lo mismo:« ¿Sintieron el temblor? », mi mamá nos recibió con esa frase a Juan Pablo y a mí en la casa. «Nada», hablé sin preocupación. Ambos salimos de nuevo. Fuimos a ver películas y comer raspadilla.

« ¿Oye... ¿sentiste el temblor? », como el último chisme que ha ocurrido dentro de la sociedad limeñita, así comentaba mi prima por teléfono. No piensen mal, ella no llamó para contarme sobre el temblor, sino, fui yo la quien marcó su número de casa para acordar cuando nos visitaríamos.

A pesar de que otras personas me preguntaran lo mismo, como mi papá, una vecina, etc. No tuve mucho cuidado en pensar sobre el temblor en sí.

En la noche, descansaba en la cama de mis padres. Encendí al televisión y vi las noticias: “…en Pisco, un sismo de 5.8 grados en la escala de Richter hizo preocupar a los pobladores y recordar momentos del terremoto ocurrido el 15 de agosto de 2007…

Muchas veces no damos mínima importancia a los temas, asuntos, ideas, problemas, cosas, y todo lo demás, hasta que nos afecte personalmente. Como yo ni sentí el temblorcito en Lima y menos pensé si por otros lados fue un sismo más fuerte o quizás un terremoto, no me causó ninguna reflexión o preocupación durante mi día común y ordinario.

Claro, no nos sentimos afectados si es que no nos toca ser el epicentro de un sismo.