miércoles, 17 de septiembre de 2008

Teléfono malogrado

Pedro durante los últimos meses está viviendo en un departamento sencillo y práctico que se construyó mediante un programa de vivienda durante el gobierno de Belaunde. Con su familia, volvieron a San Borja para vivir un poco mejor luego de diez largos años en San Martin de Porres.

«Aquí está un poco ordenado, los cables no se enredan ni se abrazan en los postes, cerca a las ventanas del segundo piso de las casas», opina satisfactoriamente el hombre. Padres e hijos han acomodado la casa a su ritmo de vida apresurada. Viven tranquilos. Hasta que el seis de agosto de nuevo volvieron a ser molestados:

Día 1

Día 1.1.

Eran las diez y media de la mañana. Las ofertas de Internet, teléfono y cable son un boom y todos quieren aprovechar. Así, el vecino de Pedro se convirtió en un nuevo cliente. Afuera estaba estacionado el carro de la empresa Cobra que trabaja para Telefónica: una camioneta pequeña que parecía un juguete. Los técnicos sacaron sus herramientas y se dirigieron a la caja central del edificio para instalar los servicios que solicitaba el vecino.

Pedro compró el pan para el desayuno. Estaba de vacaciones y tenía tiempo para una vida hogareña las dos semanas que le quedaban. Por otra parte, recién se despertaba su hija menor, Alexandra, que también tenía vacaciones en la universidad y se daba el lujo de levantarse de la cama cuando recién alguien le enviaba un mensaje a su celular. Como ritual de los jóvenes actuales, antes de ir al baño y cambiarse de ropa de diario, se dirige a la computadora y navega en Internet por un rato hasta que la llamen para preparar el desayuno.

«De nuevo… », Alexandra renegaba al ver las luces del modem muriéndose. Prendía y apagaba esa caja negra con el logotipo de la empresa. Problema al cargar la página, le decía a cada rato el Firefox. Prende y apaga, terca en su intento de hacer que vuelva el Internet a su casa sin ningún lograrlo. No era la primera vez que ocurría. Cogió un papel y apuntó los códigos que tenia cada luz en el modem. Siempre preguntan las operadoras pacientemente por ellos cuando uno está desesperado por que le devuelvan el servicio que paga.

Baja a la sala y levanta el teléfono. Alexandra se queda intacta no por el tuuuuuu corriente y chinchoso del aparato, esta vez se sorprendía que solo escuchara silencio. Después de quince minutos su padre vuelve de la tienda. «Oye - con una confianza de años - no hay Internet y la línea está muerta». Pedro reniega mucho, lo ha hecho desde que nació, ni bien le mencionaron que algo andaba mal dedujo que existía un culpable: ¿quién habría desconectado cualquier cable y desapareció la modernidad en el hogar?. Él, regresando de comprar, ya se había percatado del carro de Telefónica y de los técnicos trabajando. «Los de abajo han sido, seguro han hecho una huevada», se le oía mientras salía dejando la bolsa de pan en la mesa y la puerta abierta.

Pedro bajó a la calle pero no encontró inmediatamente a los técnicos. Solo estaba el carro bajo el cielo gris. Hizo vigilia por media hora. «Fíjate de nuevo si volvió», le preguntaba a su hija. « No hay nada», respondía por la ventana la chica haciendo mímicas con sus brazos. Caminaba como guachimán a medianoche. Sin embargo no volvían los condenados, como los denominaba Pedro.

Luego de un considerado tiempo, se cruzó con los técnicos. Les avisó sobre una avería – una palabra más usada en nuestro lenguaje gracias a tantas quejas hacia Telefónica - en su servicio. Los técnicos, dos muchachos con ojos confundidos sin saber cómo reaccionar, trataron de revisar la caja: «Veremos… pero todo está bien», repetían cuando Pedro se acercaba a ellos para pedirles que arreglen el desperfecto. «La Telefónica es una cochinada…», renegaba Pedro a quien le malograron la mañana y ya casi la tarde.


Continuará...

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