domingo, 21 de febrero de 2010

Camarita amorosa

Hace años que no celebraba San Valentín. Es más, creía que era el peor día para verme con mi enamorado. Odiaba besarme y abrazarme y entrar en un ambiente rosa. Seguro era la vergüenza ajena, también los carnavales y obvio que sentarnos en una banquita en el Parque del Amor, chapando entre tanta gente que también se chapaba entre ellos.


Pero, como uno dice “jamás lo haré” y al final lo comete, yo salí el domingo pasado con Juan Pablo. La excusa, simplemente por orgullo para no decir que lo hacíamos porque nos morimos de amor, fue disfrazarlo organizando de una jornada periodística: él llevó su cámara para registrar momentos típicos del día de San Valentín y yo, con mi vestido floreado para la ocasión, lo apoyaba.


Antes que nada, y por ser verano y porque a Juan Pablo no le gusta mucho el pescado crudo, fuimos a comer un combo marino en un restauran que se esconde en la avenida Javier Prado: leche de tigre, conchas, chilcano, cebiche mixto y una jalea crujiente, todo por trece cincuenta nomás, caserito.


Después de tragar como mostros que cenan a una doncella del bosque perdido, iniciamos una caminata genial por la playa. Me sentía en Lomas de Lachay o en Marcahuasi antes de llegar al punto para acampar. La brisa era fuerte, el sol ya se escondía aburrido del día, y los dos nos reíamos de las ocurrencias que escuchábamos de la gente como: “Qué rico”, un chico miraba el trasero de su amiga, ella voltea al escuchar la frase. “Qué rica la raspadilla”.


Al llegar a Larcomar, buscamos solapadamente a esos vendedores insistentes que rompen la armonía del amor con sus malditas flores rojas, podridas y apestosas. Lo primero que vimos fue a una niña de aproximadamente seis diminutos años, ofreciendo peluches en forma de flores y con el discurso más novelero: “Cómprale una flor a la reina, para el amor de tu vida, ella se merece mucho más”. “¿Quién te enseñó eso?”, le pregunto. “Nadies”.


Y mientras una señora se queja porque en su barrio en Miraflores hay mucha gente extraña, los dos seguimos buscando a esa vieja que se hace la víctima para que le compres un chocolate Princesa. Y por fin, paseando un rato, se acerca una señora con rosas sintéticas y le ofrece a Juan Pablo. Error, pobre mujer, Juan Pablo sacó de su bolso la cámara y comenzó a perseguirla por medio de Larcomar disparándole las preguntas ácidas que habíamos craneado: “¿Señora, no siente que interrumpe a las parejas? Señora, ¿alguien le ha dicho que es alérgico a las flores?”·


Yo contemplé el show, todas las parejas se rieron, y creo que esa señora, de piconería, les dijo a todos sus colegas qué habíamos hecho, y durante toda la tarde, nadie se nos acercó a ofrecernos una bendita flor, algún peluche o un chocolate. Así que ya saben cuál es la solución para evitar a estos empalagosos vendedores durante los catorce de febrero: lleven una cámara.


Si quiere ver el video de este día, haga clic aquí.




1 comentario:

Anónimo dijo...

jajaja...que buena. saludos