viernes, 2 de octubre de 2009

Uy, me pasé

«Nueve soles», sugirió el taxista. «Está bien», me pareció buen precio hasta mi casa.

Subí y me abroché el cinturón de seguridad. Me encantaba el ambiente del carro porque el taxista solo manejaba y se escuchaba buena música; hasta que el individuo rompió la armonía: « ¿Y sales de trabajar, de tu casa, cómo es? », «Che… - pensé - , le chotearé la conversación de una. Quiero paz».

Se hacía el tonto: me hablaba, me preguntaba y me felicitaba, mientras que yo miraba como se pasaba las avenidas principales y atajos… « ¿Por dónde va a salir? », le corté con mi hacha, «Uhm, por acá, creo que ya me pasé, je», respuesta idiota. Se notaba sus ansias por hacer durar el viaje una eternidad y así, yo cayera en sus manos: « ¿Y cómo es tu día? », «A ti qué te importa», pensaba.

«Tal vez si vamos por acá, ¿te parece?, je», «Donde se salga más rápido a la avenida», reclamaba delicadamente.

Como el tipo me pareció pesado y no soporté su estúpida e ingenua conversación (en verdad me molestó), le dije que me dejara en la misma avenida cerca a mi casa. «Bueno, espera que te dé tu vuelto», buscaba en su bolsillo la moneda que terminaría con su ilusoria y corta relación entre él y yo. «Gracias», me fui con la imagen de una mujer civilizada, «Chau, maldito mañoso, sigue trabajando para tus hijos, desgraciado», estallaba por dentro.

Pero, ahora que estoy un poco calmada, recuerdo al hombre ése y me da penita.




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