martes, 7 de abril de 2009

Zapatillas comunistas


Comienzan las clases. Tomar el carro. Una hora y tanto de viaje. No hay asiento. Quiero asiento. Un tipo baja por Javier Prado, una de los tantos paraderos. Tantos. «Hay asiento, señorita», qué amable el conductor. Qué raro. Me acerco. Me acerco. Me acerco y… esas zapatillas las conozco: una chica al lado del asiento vacío, medio dormida, medio cansada. Es una enfermera, traje celeste y zapatillas llamativas, las mismas zapatillas que yo me compré, el mismo modelo, una de las tantas que se venden. Escondo mis pies, escondo la vergüenza de tener estas zapatillas.

No, no hay que intimidarse por estas coincidencias.

Pero las mías son viejas, con pasadores diferentes, parchadas y más rangers que otras.

No son iguales. Y nadie diga lo contrario.



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