El viaje interprovincial, que se da entre distritos muy, pero muy lejanos; en este caso, desde la universidad hasta la casa de Roso, en San Juan de Lurigancho, era tedioso y un poco incómodo.
Mientras Leo recuperaba sus horas de sueño que le quita el trabajo, Roso y yo conversábamos del colegio, de las pres, de los ex, de las chicas y cantábamos “Cervecero”.
Unas cuadras antes de llegar a nuestro paradero, subió una chica desgreñada: cabello sucio, buzo desgastado, rostro sin lavar y uñas carcomidas. Saludó al chofer y al cobrador y entre ellos se reían de lo que conversaban.
En cuanto a nosotros tres, estábamos estirando las piernas antes de pararnos y bajarnos del carro. Nos dirigimos hasta la puerta, donde el cobrador seguía conversando con la chica desgreñada.
A mí no me gusta la chicha - decía la jovencita, segura de su aclaración.
¿No?, qué te crees… ¿de San Borja? - el cobrador lo estableció como una teoría universal.
Yo bajé del carro decepcionada, discriminada, excluida de un mundo el cual me gustaba mucho. Y para convencerme que nada era cierto, le dije a mi amiga: “Roso, a mí encanta la chicha, tú lo sabes”.
Y no sólo la chicha es buena, también lo es Inyectores.
1 comentario:
Tu blog es muy interesante,dices las cosas como las sientes, que bueno que tengas una opinion respecto a todo....la vida es mas interesante de lo que parece....solo hay que mirar por la ventana....o subirse a una combi.
Un abrazo.
Pdta: es inevitable, la chicha te llega a gustar, es parte de nuestra cultura...los que dicen lo contrario solo son un puñado de intolerantes.
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