Todo el tiempo que estuve ausente era porque tenía miedo de escribir quejas sobre mi trabajo, y a eso no quería llegar con mi blog. Pero, como se dice una cosa y se hace otra normalmente, escribiré un poco de ello.
Es triste e irónico cuando estás en un lugar donde cada día te exigen más y más, olvidándote de tus verdaderas metas, y es en ese punto en qué piensas y dices: “¿Y si renuncio? Pero tengo mucho por dar todavía”. Más me pegas, más te quiero.
No me gustaba quedarme más horas de lo debido, incluso una vez me hicieron faltar a mi taller de Dramaturgia. “¿Qué es eso?”, me preguntó uno de los practicantes ese día. ¿No sabes qué es dramaturgia? ¿No sabes qué es Dramaturgia y así te atreves a estudiar Comunicación?
Aprendí a locutar un poco, a escribir más rápido, a ser más fresca y sinvergüenza, a callar la boca cuando tenía que hacerlo, no confiar tanto en él o en ella, a no almorzar, a ver televisión basura – eso es lo que más extraño - , a editar en tiempo récord, levantar noticias, exagerar algunas situaciones, minimizar los problemas. Todo me sirvió, nada es bueno ni malo.
Al principio, crees que ese sueño hecho realidad era suficiente para decir que alcanzaste una meta más: “Sí, luchaste y ganaste”. Y me di cuenta, ya que trabajar en radio, lo que más quería siempre, se volvió mi infierno y a la vez mi amado lugar para olvidar la vida normal y problemática. Y el lunes pasado, cuando me lo quitaron, odié tanto y obvio, era impotente.
Ese día, después de las doce, noté la gravedad del asunto. Todos gastamos energías tanto en la producción como en preocuparnos por nuestro puesto. “Espero que el cambio sea para bien”, me decían. Yo simplemente escuchaba.
Sí, fue injusto, irrespetuoso, no profesional, nada ético. Botaron prácticamente a todos en la radio. A mí nadie me llamó, ni siquiera el dueño, para decirme: “Estás fuera. Out. Ya no más aquí. Recoge tus cosas. Never again”. No, nada. En cambio, los rumores, los chismes y las noticias se paseaban por celular entre colegas: “Cerraron el departamento de marketing, ya sacaron al jefe de producción”. Hasta en la noche no podía hacer algún plan a futuro porque desconocía si mañana había programa: “Ivoncita, ni te preocupes en ir, levantaron casi todos los programas”.
Qué mala leche, como diría mi amigo el español. Fue un baldazo de agua fría. Qué es esto, así es el trabajo, qué decepción. Tanto profesionalismo y ética que enseñan y nos meten en la cabeza: el hombre triunfa con la moral. Mentiras, el hombre ni siquiera se preocupa en triunfar, se preocupa en tener más dinero.
Los que se quedaron en la radio tal vez están acomodados, algunos no pueden irse ya que tienen hijos que mantener, otros, deudas por pagar - y espero que sean deudas coherentes y no de autos de lujo comprados solo por vanidad, pero, qué ingenua soy -.
Y para darme ánimos, la solución es que todavía soy joven: “¿Tú tienes hijos acaso?, ¿familia por mantener?”, me preguntaban. No la tengo, es cierto, pero puedo decir que mis problemas no se minimizan ante los suyos, tampoco el cambio me es diferente. Yo también tengo problemas, tengo deudas y ayudo a mi familia económicamente, ¿qué? acaso no se nota. Es que ustedes no saben cómo es mi vida.
Y ante todo esto provocado por mi despido inminente de la radio y mi piconería desmedida, lo mejor es que he vuelto a las andadas, a las historias de un mapache y eso nadie me quita de la noche a la mañana.
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