jueves, 24 de junio de 2010

La esencia de la felicidad

El mundial latinoamericano.

Todas las mañanas me levanto y lo primero que escucho es a los malos comentaristas del canal nueve quedarse sorprendidos por el decepcionante rendimiento de los europeos, principalmente de Italia, cuyo equipo le dio pena a mi mamá porque “uno estaba llorando y el otro lo abrazaba”.

Por mi parte, me he estado cambiando de camiseta a cada rato, pero eso es lo de menos. Ahora espero un buen partido el domingo entre México y Argentina. Mi papá opina lo mismo y él está contento porque el mundial es latinoamericano.

La huelga.

“Seguro todos me tienen miedo porque tengo cara de terruco”, es el chiste del mes.

Un día después que comenzó la toma de mi facultad, justo había cambiado: iba a convertirme en una estudiante responsable, llegaría a la universidad, ingresaría a la biblioteca de Letras y de allí nadie me movía hasta cumplir muchas horas de investigación. Pero no fue así.

Si quieren enterarse bien, no lean El Comercio, menos escuchen a Alan García y no se distraigan con las nuevas cortinas de humo como el proyecto de Belmont y sus obscenidades en la televisión.

Y sí, la mala administración y la corrupción en San Marcos no son el gran descubrimiento del grupo de investigación especializado de cualquier medio. Este caos ya existía cuando ingresé en el 2006.

Invierno.

Oficialmente, ya comenzó el invierno, mi época favorita del año.

Qué importa todo lo anterior, si encuentras tu esencia, es suficiente para estar feliz.





Soy Sanmarquino y estoy EN CONTRA del terrorismo

viernes, 11 de junio de 2010

El cabello crece

(Como le dijo una vez Sabrina a Jenny: "Ya crecerá")

Mi cabello está corto. ¡Ya lo sé!

Entonces, ¿cuál es el problema? Ninguno, simplemente recordé todas las veces que iba a la peluquería y nunca, hasta ahora, he encontrado a la persona que me haya dejado COMO YO QUERÍA.

Por ejemplo, no volveré a pasar por uno de los parquesitos cerca de la universidad, donde, buscando y buscando un sitio donde cambiaran mi look, me topé con una señora que se enganchaba con las novelas mientras hacía su trabajo. Y mi temor creció cuando vio mi cabello y dijo emocionada: “Ay, ya sé que te voy hacer, déjamelo a mí nomás”.

En ese tiempo andaba con mi trenza rastita y tenía enamorado. La señora era extraña o seguro estaba muy amarrada a la época antigua, ya que me preguntaba si él, el enamorado, me dio permiso de cortarme el cabello, si es que no se molestaba o que de él fue la idea. “No, simplemente, quiero cortarme el cabello”, le dije.

A quien sí extraño bastante, pero no por eso le doy todo el mérito, fue a una chica linda allá por los años en que vivía en San Martín. Esa joven sí que fue un antes y después en mi vida femenina: durante el colegio, mi cabello era un desastre, peor que Gloria Trevi cantando pelo suelto; el mío era esponjoso, sin forma y cuando era golpeado por el viento, el peine tenía arduo trabajo incluido horas extras.

Pero esa joven me enseñó lo que es degrafilado y degrade, y gracias a esas dos técnicas, me despedí del cabello esponjoso. Ahora, cada vez que voy a la peluquería de frente digo: me haces este corte pero con degrafilado y degrade.

No falta tampoco cuando las amigas de tu mamá les encantan maquillar, teñir y claro, masacrar cabellos ya sea de la abuelita, la tía, la sobrina, el hijo o el marido. A mí, desde pequeña me hacían cortes tipo señorita robot, no me quería mover mucho porque evitaba despeinarme. Y lo que más recuerdo de esas reuniones, es a la hija de la amiga de mi mamá cortándome mi trenza por la mitad, luego hacer unos retoques para terminar el corte de cabello.

Pero, ya que va, el cabello crece ¿no? Y sí un día me animo en pelarme o teñirme de verde, la gracia es que el cabello nunca queda así para siempre, menos mal.

"Sabrina a través del espejo"




viernes, 4 de junio de 2010

He vuelto a las andadas

Todo el tiempo que estuve ausente era porque tenía miedo de escribir quejas sobre mi trabajo, y a eso no quería llegar con mi blog. Pero, como se dice una cosa y se hace otra normalmente, escribiré un poco de ello.

Es triste e irónico cuando estás en un lugar donde cada día te exigen más y más, olvidándote de tus verdaderas metas, y es en ese punto en qué piensas y dices: “¿Y si renuncio? Pero tengo mucho por dar todavía”. Más me pegas, más te quiero.
No me gustaba quedarme más horas de lo debido, incluso una vez me hicieron faltar a mi taller de Dramaturgia. “¿Qué es eso?”, me preguntó uno de los practicantes ese día. ¿No sabes qué es dramaturgia? ¿No sabes qué es Dramaturgia y así te atreves a estudiar Comunicación?

Aprendí a locutar un poco, a escribir más rápido, a ser más fresca y sinvergüenza, a callar la boca cuando tenía que hacerlo, no confiar tanto en él o en ella, a no almorzar, a ver televisión basura – eso es lo que más extraño - , a editar en tiempo récord, levantar noticias, exagerar algunas situaciones, minimizar los problemas. Todo me sirvió, nada es bueno ni malo.

Al principio, crees que ese sueño hecho realidad era suficiente para decir que alcanzaste una meta más: “Sí, luchaste y ganaste”. Y me di cuenta, ya que trabajar en radio, lo que más quería siempre, se volvió mi infierno y a la vez mi amado lugar para olvidar la vida normal y problemática. Y el lunes pasado, cuando me lo quitaron, odié tanto y obvio, era impotente.

Ese día, después de las doce, noté la gravedad del asunto. Todos gastamos energías tanto en la producción como en preocuparnos por nuestro puesto. “Espero que el cambio sea para bien”, me decían. Yo simplemente escuchaba.

Sí, fue injusto, irrespetuoso, no profesional, nada ético. Botaron prácticamente a todos en la radio. A mí nadie me llamó, ni siquiera el dueño, para decirme: “Estás fuera. Out. Ya no más aquí. Recoge tus cosas. Never again”. No, nada. En cambio, los rumores, los chismes y las noticias se paseaban por celular entre colegas: “Cerraron el departamento de marketing, ya sacaron al jefe de producción”. Hasta en la noche no podía hacer algún plan a futuro porque desconocía si mañana había programa: “Ivoncita, ni te preocupes en ir, levantaron casi todos los programas”.

Qué mala leche, como diría mi amigo el español. Fue un baldazo de agua fría. Qué es esto, así es el trabajo, qué decepción. Tanto profesionalismo y ética que enseñan y nos meten en la cabeza: el hombre triunfa con la moral. Mentiras, el hombre ni siquiera se preocupa en triunfar, se preocupa en tener más dinero.

Los que se quedaron en la radio tal vez están acomodados, algunos no pueden irse ya que tienen hijos que mantener, otros, deudas por pagar - y espero que sean deudas coherentes y no de autos de lujo comprados solo por vanidad, pero, qué ingenua soy -.

Y para darme ánimos, la solución es que todavía soy joven: “¿Tú tienes hijos acaso?, ¿familia por mantener?”, me preguntaban. No la tengo, es cierto, pero puedo decir que mis problemas no se minimizan ante los suyos, tampoco el cambio me es diferente. Yo también tengo problemas, tengo deudas y ayudo a mi familia económicamente, ¿qué? acaso no se nota. Es que ustedes no saben cómo es mi vida.

Y ante todo esto provocado por mi despido inminente de la radio y mi piconería desmedida, lo mejor es que he vuelto a las andadas, a las historias de un mapache y eso nadie me quita de la noche a la mañana.