lunes, 30 de marzo de 2009

Fin de semana

Viernes de terror.
Mi prima, mi enamorado y yo fuimos a ver REC. Qué miedo.

Nos vimos obligados a ir al cine de Risso porque en otros locales de Cineplanet ya no pasaban la película. Era eso o nada.

Si a las nueve y diez de la noche comienza la función, se supone que los trailers de los próximos estrenos deben estar entreteniéndonos desde hace quince minutos, pero la pantalla estaba muerta. Recién a la hora fijada, la pantalla se iluminó, las luces se apagaron y el escenario para ver una película de terror de maximizó.

- No quiero que empiece la película.
- Qué feo
- Canchita, canchita.

REC comenzó. Cumplió con el objetivo: nos hizo temblar, movernos a cada momento de nuestros asientos, acomodarnos para abrazarnos, evitar que esos zombies salieran de la pantalla, que nos persiguieran por las calles y nos comieran.

- Qué chévere.
- Hay que verla de nuevo.
- Se nota que está hecho por fans, qué buena.

Batería seria, muy seria.
Si Tego Calderón fue a los barrios del Callao sin ser agredido. Si Calle 13 menciona La Perla en sus canciones sin ser marcado. ¿Por qué yo no puedo también hacer lo mismo?

El sábado acompañé a mi enamorado a una reunión de amigos de su colegio en Bellavista - Callao. «No te preocupes, es tranquilo. Es igual que tú vayas a San Martín a visitar tu abuelita», ahuyentaba mis temores.

Llegamos a la casa de su amigo, Mario, antes que comience “La hora del planeta”: apaga tus luces y muchos aprovecharán. «Compra maíz para hacer canchita», le dijo su padre a Mario. «Vamos», lo acompañamos. «Regresen», volvimos a la entrada de su casa. Un tipo rondaba la zona.

Ocho y media de la noche. Varios muchachos, con polos largos y anchos, movimientos de hombros y piernas exagerado, y dando vueltas a la cuadra, aparecieron. Algunos nos miraban y seguían caminando.

Uno, dos, tres. Con auto, en grupo. Vi muchos. El serenazgo pasó por allí y luego vino a nosotros para preguntar: « ¿Han visto algo? »

Ya lo tenemos. Está robando a una pareja. Vayan a la avenida, la radio de uno de ellos contaba lo que sucedía. Nosotros, oídos muy atentos.

Media hora después: «Ya vamos», dijo Mario. Las calles ya estaban un poco mansas.

Predicciones del fútbol.
Papá está descansaba en una tarde de domingo. «Veamos el fútbol», cogió el control remoto y cambió de canal.

Comenzó el partido: Perú vs. Chile. A los pocos minutos: «Gol de Chile…, cuenta el narrador de fútbol triste, desanimado, decepcionado, amargo, con ganas de golpear a esos hijos de ****, malditos, que se vayan a la… MISMA.

«Perdieron», concluyó mi padre. De nuevo cogió el control remoto y puso una película de Cantinflas, donde es un policía y es muy gracioso.



* Y no ví ningún heladero y no compré ningun helado.

jueves, 26 de marzo de 2009

Nunca más



«Hola… ¿me pueden colaborar con mi viaje de promoción comprándome estos chocolates? ».

Qué niña tan dulce. Se esfuerza por llegar a su meta: su viaje de promoción. Además tuvo el detalle de embolsar cada chocolate de Winter, poniéndole un lazo rosado o verde.

Su mochila de colegio. Ropa simple, un poco sucia, tal vez viene de algún distrito lejos. Ha invertido su tiempo viajando hasta el Parque Kennedy, donde sabe que puede ganar un poco más con sus chocolates. Inteligente. Futura negociante, administradora, qué será de ella.

Y no tiene vergüenza de decir que está juntando dinero para un sueño que todo colegial tiene. Casi todos.

«A cincuenta céntimos…», me miraba esperando que aceptara el dulce y lo comprara o que la mandara a su casa choteándola, como seguro muchos lo han hecho antes.

«Bueno…, aunque sea una vez en la vida debo ayudar de corazón. «A un sol», me dijo. ¿A un sol? Pero yo escuché a cincuenta céntimos, a china. Qué raro. «Bueno…», repetí consternada. Le dimos la moneda de un sol, nos dio el chocolate y ella se esfumó del lugar, como en los dibujos animados de Cartoon Network.

Abrimos la envoltura del chocolate, mordimos el chocolate. «Oye, la fecha de vencimiento no hemos visto», se acordó mi enamorado de algo muy fundamental al comprar un producto. “03 – 03 – 09”, el chocolate nos revelaba la verdad. «Está pasado», me decepcioné:
Maldita chibola, seguro es una vieja que se hace pasar por una niña ingenua. ¡Es una viva! Se aprovechó de nosotros. Y encima la maldita se fue corriendo. «Seguro por eso los tenía en bolsa los chocolates, para que no se vea la fecha. Yo te dije…», mi enamorado me decía la moraleja del día.

La chica esta había desaparecido del Parque Kennedy. Ningún rastro de ella.

« ¡Ah… qué cólera! », renegaba, Ya nunca más compraré algo de un ambulante. Ni de los que suben a los micros, los que se acercan a los grupos de amigos, los que pasean por el parque ni de los que me meten el floro más alucinante de esta vida. Nunca más.


sábado, 14 de marzo de 2009

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viernes, 13 de marzo de 2009

Entre tanta chica linda

Entre tantas chicas con mente limitada y moda como religión, me encontraba junto a mi amiga y su prima. Gritaban como si en verdad estuvieran frente a un grupo juvenil del momento, nosotras teníamos vergüenza ajena: «Ya, hay que gritar: Aldo, te amo», una armaba la estrategia. «Ya, ya, pero fuerte», la segunda alentaba al equipo. Y la tercera y última hacía lo que se decía: « ¡Aldo, te amo! », aplaudían como las focas cuando comen su pescado fresco.

El viernes decidimos ir en grupo al programa “Enemigos íntimos”.

« ¿Cuántos años tienes usted, señorita? ». «18». «20». «19». «17». «Pasé acá», le indicó uno del personal de seguridad del canal a una escuálida niña. Pasa un conocido de la chica, trabaja en el canal: «Déjala entrar…». «Pero sólo lo hago porque él me lo pidió, sino…», y la expresión en la cara del personal de seguridad terminaba de decir: …te mato, maldita.

Media hora después, el público -la mitad- ya estaba en el set del programa. Desorden total. «Señoritas, suban… por qué han venido tantas mujeres…», bromeaba el chico de producción que trataba de acomodarnos. Éramos muchas mujeres, pocos hombres y todos sentados en el suelo para quedar como caballeros.

La hora y media pasó rápido: tratar que todas quepamos en los asientos, entre bromas, peleas por conseguir un polo talla S y no M porque ay, se me ve feo. Y llegaron Aldo y Beto. «Allí están». «Uh… ah, aplausos». « ¡Te amo, Aldo! ». « ¡Beto ven…!». Aplausos y gritos.

El primer invitado, luego de un reportaje, fue Carlos Álvarez. « ¿Qué dice? ». «No entiendo, pero ríete nomas…», quemaban sus lindas cabezas las chicas del público. «Yo he venido por Adammo», me contaba una fanática de este grupo musical. « ¿Van a venir? ». «¡Sí, y son lindos!». « ¿Lindos? A ver el poster». « ¡Ah…!», se emocionaban.

«Bitch, bitch, bitch», se reían las jovencitas cómplices: «Bitch, bitch», insultaban a escondidas a las bailarinas de pool dance, que se presentaron en el programa. « Ag… que asco», decía la chica de mi costado: « Pero mira su celulitis. Ag…», me fundamentaba su gesto despreciable.

Como eran puras mujeres, los aplausos hacia las bailarinas disminuyeron, y los chicos de la producción hacían las barras y halagos cuando las invitadas se movían sensualmente en la barra.

Último bloque del programa. « ¡Adammo! ¡Adammo! ¡Adammo! ». Euforia, los Beatles en sus buenos tiempos, pero esta era una versión pequeña y fea. Los integrantes de la banda tenían apariencia de chibolos pero algunos ya habían cumplido los veinte años. El baterista era el más figuretti: sacaba la lengua mientras tocaba; las mujeres se abrazaban a este órgano seductor en su imaginación. « ¡Diego! ¡Diego, ven! », la chica de mi lado casi lloraba: « ¡Ven! ¡Yo hice esta pulsera! ¡¿Te acuerdas?! ». El chico solo contestó: «Afuera conversamos ¿Te parece? », la chica se derretía en sudor y nervios.

Gritaban el coro de la canción, ya no lo cantaban, gritaban. El programa terminó pero el publicó creía haber estado en un concierto. Todas las chicas alborotadas, corrieron para conseguir una foto con ellos y mostrarlo en su facebook: a mí me abrazó. A mí me tocó. A mí me dio un beso en la mejilla. A mí me habló.

« ¡Un momento! », la fantasía se derrumbó. El personal de seguridad acabó con los sueños hechos realidad. « ¡Todos salen en orden! », asentaban sus cabezas antes las órdenes. Obedecían a cualquiera con tal de poder alcanzar a sus nuevos ídolos de la música.

Yo, con el grupo que fui al programa, salimos felices porque teníamos premios: bizcocho de chocolate y entradas a un concierto. Concierto de Marc Anthony. ¡Concierto de Willie Colón!

Y un día antes del concierto, Willie Colón cancela su show y solo queda Marc Anthony para la Salsa de película. Ni de vainas fui.




* Ojalá que en esta imagen no reconozcan ninguna amiga koreana o autraliana xD. Y si alguien se sintió ofendido, 583 disculpas.