miércoles, 28 de enero de 2009

Sin mucho que decir


El dragón chino invade Metro.

Estaba jugando y bailando en la puerta de mi casa con mi enamorado, cuando escuchamos desde la ventana de mi cuarto a mi mamá decir que en Metro había un dragón: «Vayan a verlo», nos ordenó como si fuéramos dos mascotitas. Y actuamos como mascotas, ya que salimos corriendo, apresurados bajamos las escaleras y éramos dos locos calatos que corrían por las calles nocturnas hasta llegar a Metro.

Había un montón de gente mirando al dragón que danzaba. También interrumpía a compradores apurados. No soy exagerada, es lo que vi.

El dragón se paseó por todo el local junto con su banda de música: cuatro chicos que tocaban los instrumentos que hacían mover nuestros cuerpos como robots.

Los niños se agruparon con sus cámaras y celulares, muchos eran de sus padres, para tomarle fotos al farandulero dragoncito. A excepción de un niño que lo llevó su mamá a verlo. El niño, de tres años aproximadamente, se escondió detrás del carrito y de las piernas de su progenitora.

Después de casi media hora, el dragón que recibía el año nuevo chino, se transformó en muchachos y niños cansados y llenos de sudor. Tal vez sea de buena suerte estar bañados de sudor para tener un próspero año.

La animación 3d no sólo son dibujitos bonitos.

Comencé mis clases de animación en 3d.

«Las primeras clases son aburridas porque vemos comandos y vectores», nos advirtió el profesor.

Era tedioso conocer todas las formas que uno tiene para utilizar el programa de 3dmax si es que algún día tu mouse se malogra y necesitas urgentemente realizar un trabajo en ese programa. Pero si ese no es el caso, todas las opciones la puedes utilizar mediante un clic.

Lo interesante, dentro de todas esas rectas, ángulos y geometría que detestaba en quinto de secundaria, fue que me di cuenta –no precisamente me emocioné y alegré– que así iba a aprender mejor.

Nos dio muchas páginas web dedicadas al arte digital. Y lo mejor es que no tengo tarea.

El secreto del éxito.

Por último, en una combi que iba «todo Angamos», como siempre dicen los cobradores; tenía de compañera de asiento a una señora que hablaba por teléfono:

«Convéncelo, pregúntale si tiene propiedades, ya sabes… y así vas viendo… lo convences, le dices que mire pues a la señora, su amiga, que tenemos como cliente que le va bien… así debes decirle… y en eso allí como que lo presionas, hay más presión, porque es sí o sí» como la utópica Tinka «me entiendes…».

«Lo presionas, sí o sí…», pensaba un poco asustada. Mejor que su asistente le ponga un cuchillo en su cuello para que acepte.










jueves, 22 de enero de 2009

Hellboy y los comerciales




« ¡Wuju! », grité de felicidad. En el canal trece darían, en el Peliculón -segmento donde pretenden transmitir películas en “estreno”- ¡Hellboy! Darían Hellboy. Claro, la primera película. De todas maneras: « ¡Wuju, Hellboy! », algo bueno por ver en la televisión.


La ilusión se desvaneció desde los primeros minutos.

Entre las diez y casi las doce de la noche, Hellboy era prácticamente los comerciales de detergentes, gaseosas, promociones de verano... A veces cambiaba de canal en esos momentos, porque fueron muchas publicidades. Sin embargo, era más aburrido: noticias trágicas, reportajes triviales, películas de algún lugar desconocido, un señor que dice ser pastor…

Estaba harta. «Pero… ya terminaron los comerciales, está dando Hellboy »:

Grigori Rasputín está abriendo el portal y va a despertar a los siete dioses del caos. La batalla entre los nazis y las fuerzas americanas termina. El profesor Trevor Bruttenholm pide a los soldados que revisen el área. El profesor junto a otro soldado encuentran una pequeña criatura roja. Bruttenholm le ofrece chocolates al pequeño mostro, ganando su confianza. Los soldados, el profesor y la criatura, es decir, Hellboy, se toman una foto. Y entonces…

Trufas de Lamborgini… Este miércoles a las nueve… Solo para incomprendidos… manda un mensaje al 5555 y tendrás los mejores consejos para revivir la pasión con tu pareja…

Comerciales. Me cansé de coger el control remoto y apretar los botones de chanel + o chanel - ; y mejor que eso, controlé el tiempo de la tanda comercial con el cronómetro de mi celular. Cuatro. Cinco. Seis. Siete. Ocho largos minutos. «Oh, comenzó Hellboy…», desperté de mi aburrimiento:

Liz está internada, ya puede controlarse, es lo que le confiesa a Hellboy. Sin embargo, las fuerzas del mal vuelven y despiertan los poderes de Liz, lo que provoca que destruya el lugar donde vivía pacíficamente. Y entonces…

Ahora con Pantene gana lindos bolsos, muchos pantenes gratis… Saca las machas… Sapolio, con Sapolio ¡Sí!... Red global… estamos trabajando por una mejor…

Estaba dudando si ver toda la película; aunque, al parecer, mis súplicas fueron escuchadas o quizás, a partir de las doce de la noche, ya no es buena hora para pagar un espacio en la televisión para promocionar tu producto. Cual sea el motivo, los comerciales disminuyeron y Hellboy se volvía más emocionante.

Hellboy terminó a la una. Fueron dos horas de tandas comerciales y una película que no dieron completa, porque al final de los créditos, aparecía otra escena. « ¡Qué trafa! Mejor me compro mis DVD´s », renegaba mientras me iba a mi cuarto.

Si quieren combatir la piratería, que se esmeren en transmitir mejor las películas. Como dice la chica de mazamorra Negrita: « ¡No se pasen, pues!»








lunes, 19 de enero de 2009

Extranjeros: no me pregunten.

Extranjeros: no me pregunten.

A las diez de la mañana es la conferencia. Camino rápido. Camino rápido. «Ojalá no quede mal, no creo que mi hermano espera que llegue para que comience la conferencia». Camino rápido. Camino rápido, camino apresurada, camino sin pensar, camino sin sudar, camino…

«Disculpe señorita, ¿sabe dónde puedo llamar?, yo no soy de aquí». El señor narizón, de piel blanca, parecía que en vez de cabello, usara una peluca de pelos sintéticos y lisos, tenía puesto camisa blanca y pantalón oscuro. Se acercó de repente preguntando, un poco apurado, un poco confundido, un poco atemorizado. «Ah, mire, eso azul -señalo con el brazo un teléfono público de Telmex-, eso es para llamar», le dije entre ingenua y burlona.

«No, yo busco para llamar al extranjero, a Estados Unidos… ¡Locutorio! ¿Dónde hay un locutorio? », se acordó de la palabra clave: locutorio. «Uhm locutorio…», me quedé pensando.

Soy mala para las direcciones y soy pésima para acordarme de lugares específicos y simples. En ese instante se me vino la imagen de un locutorio de la avenida de Antúnez de Mayolo: letreros con colores fosforescentes, paredes y rejas blancas y una señorita apoyada en el mostrador esperando a los clientes. No me di cuenta de lo mucho que alucino construyendo ciudades en mi mente hasta la noche de ese mismo día.

«Ah, mire, va por Metro –para los argentinos, “Metro” supongo que sería ese medio de transporte rápido, un bus que se cree tren pero más veloz, y no un supermercado– Metro (señalo de nuevo con mi brazo), allí dice… bueno, sigue Metro, y va a ver más edificios – las Torres de Limatambo está lleno de edificios idénticos - entre esos edificios hay varias tiendas, allí hay un locutorio…», mi gran esfuerzo valió la pena: «Ok, ¿y estará abierto a esta hora? », preguntó el señor. «Sí, ya están abiertos», contesté segura. De lo único que estaba segura.

Espero haber sido de “ayuda”.

+++

Y terminada la conferencia, de regreso en bus de la línea 35 hacia mi casa, me siento al lado de una chica pensativa. Era una chica “regia”, “fresh”, “cute”, en fin.

«Eh, ¿todavía falta para Barrancooo? –dejo argentino– ¿todavía falta? », pregunta la joven al cobrador. «Sí, bastante…», la desanima el hombre.

El carro avanzaba como niño que sus padres lo dejan salir a la calle sin ningún cuidado. Corre libre porque es sábado y es poco el tráfico por la avenida Javier Prado.

«Disculpa, ¿sabes si falta mucho para esta dirección? », la joven me muestra el papelito arrugado donde apuntó la dirección: “Plaza los pavos”, y el número de teléfono. «Uhm –me quedé pensando otra vez– con el tráfico… será unos 45 minutos…». La cara de la chica hizo una mueca de desesperanza y sorpresa: «Wow», respondió.

«¿Pero qué parte es…?», en verdad quería ayudarla. «Se llama Plaza los pavos», «¿Plaza los pavos?, uhm… le preguntaré al cobrador…», «No, mejor cuando llegue llamo, el cobrador ni vuelta (hacer caso, dar bola) me ha hecho».

En verdad, no había tráfico, y la línea 35 comenzó hacer “carrera” con otro autobús de la misma empresa. Entonces, concluí, no se iba a demorar 45 largos y calurosos minutos hasta Barranco. Tenía ganas de decirle a la chica que seguro dentro de media hora estaría en su destino, pero mi boca “estaba floja”, y además, debía explicarle qué significa “carrera”: cuando los carros van a velocidad, en ciertas ocasiones se pasan las luces rojas y hay la probabilidad que provoquen un accidente: «Vas a llegar dentro de media hora porque las 35 están en carrera y no hay mucho tráfico, pero sujétate bien para que no te golpees…», ni de vainas.

Espero que la joven haya llegado a tiempo a la “Plaza los pavos” en Barranco. Yo no recuerdo ninguna “Plaza los pavos”.










miércoles, 14 de enero de 2009

Yo nunca

Yo nunca

Sobre autos, bomberos, policías, ambulancias y accidentes

Sábado por la noche. Nos encontramos con un amigo de mi colegio. Nos invitó a una reunión de sus amigos del club de Arenales, uno de ellos celebraba su cumpleaños. Su casa estaba cerca de la mía y no hubo problema para ir.

El departamento del cumpleañero estaba al lado del restaurante, frente al parque de naturaleza artificial, donde los patos a partir de las diez de la noche se pasean por las veredas y son vigilados con más cuidado por los guachimanes. Por mientras, nosotros esperábamos que llegara el dueño del santo.

«Ese de allí parece que nos está chequeando, si ven bebidas nos van a botar…», le comentaba sin mucho escándalo a mi amigo. Era extraño, aunque sea fin de semana, había muchos policías. « ¿O será que están cuidando que ningún loco cace a los patos que adornan la avenida Aviación? », comenzaba aburrirme y alucinar cosas extrañas.

De repente, la sirena de los bomberos se escuchaba de lejos, entre los árboles que invaden la calle. A la esquina se habían acercado más policías. El inmenso carro pasó. Nosotros movimos las cabezas siguiendo el camino que, con el sonido de la sirena, marcaba sobre la pista. «Por eso había muchos policías: estaban viendo que pasen los bomberos y la ambulancia», concluía mi enamorado.

Y tenía razón, un segundo carro de bomberos lo siguió y una ambulancia. Terminado, los taxis y microbuses avanzaron y el grupo de policías se retiró. Solo quedó el vigilante de patos. « ¡Vamos a cazarlos pues! », gritaban en broma uno de los chicos del grupo.

«Qué noche tan agitada», pensaba. Antes de encontrarme con mi amigo del colegio, regresábamos hacer una visita en grupo de la universidad. Por la avenida Javier Prado, casi antes de llegar a la avenida Aviación, un carro tuvo un accidente: parece que dio muchas vueltas porque quedó con el techo en el suelo. El carro de bomberos, la ambulancia y los policías preguntando a testigos asustados, interrumpían el tráfico.

El carro donde iba, que además de estar lleno, los pasajeros se reunieron al lado derecho del auto para ver algo que no se les cruza todos los días. Los pobres cuellos eran flexibles para lograr observar más el hecho. « ¿Tú has tenido un accidente de carro? », preguntaba mi amiga para hacer una introducción y contarme sobre su experiencia con su prima, la conductora del auto y que menos mal estaba en el asiento de atrás.

«Uhmmm, accidentes…», y se me vino a la mente las noticias de accidentes de ómnibus en las carreteras en provincia. A la siguiente semana, los noticieros solo hablaban de eso. «Yo nunca he sufrido un accidente de carro», le contesté esa vez.